miércoles, 22 de julio de 2015

América en Kayak



El continente americano es un desafío constante para un kayakista como Aniol Serrasolses.




Quienes lo conocen dicen que la suya es la historia de un chico nacido para remar y, visto lo visto, no parece una afirmación exagerada. Aniol Serrasolses, de 23 años y oriundo de Girona, es hoy un referente del kayak extremo en el panorama deportivo internacional. Sobre todo desde que en 2014 descendió por una cascada hasta entonces tildada de imposible por todos los kayakistas del planeta.
Se trata del salto que emana del río Lillooet a su paso por el cañón Keyhole, en la Columbia Británica, en la costa oeste de Canadá. Un abismo insondable de aguas salvajes –3.000 metros cúbicos por minuto– que brindaron a Serrasolses lo que él ha calificado como «el salto de su vida». Y es que, tras acceder a la parte superior de la cascada de la única forma posible, rapelando con todo el equipo a cuestas, Aniol se tiró al vacío desde una altura de 35 metros dentro de su kayak, acompañando por primera vez en la historia al torrente de agua en su estrepitosa caída. Tras dos años entrenándose a fondo, con la ayuda de un equipo de 13 personas y el patrocinio de Red Bull, el reto fue todo un éxito.

Keyhole era el colofón esperado después de una trayectoria que inició con solo 12 años, cuando, junto a su hermano Gerd, otro kayakista de gran renombre, dio sus primeras paletadas en el club de piragüismo Salt Ter, en un río (el Ter) que pronto le pareció demasiado tranquilo. Sus ansias por singladuras más movidas lo llevaron hasta Sort, localidad del Pirineo de Lleida donde trabajó varios años como guía en el río No­­guera Pallaresa, un caudaloso afluente del Segre muy apreciado por los amantes del kayak.

Pero Serrasolses necesitaba más, y en 2009, con 18 años, se fue a América del Sur. Tras cinco meses remando por ríos increíbles en Chile y Argentina, supo que estaba enganchado. No solo al kayak, sino también a una determinada forma de vivir. «Para mí este deporte es una manera de viajar y conocer lugares maravillosos a los que solo se puede acceder con el kayak –explica–. Me siento afortunado por haber descubierto un deporte que se ha convertido en mi forma de vida. No busco ningún trabajo estable o mejor pagado. No quiero una vida más confortable. Solo deseo viajar y seguir remando muchos años.»

En el corazón de la Patagonia chilena Aniol se enamoró del río Baker, amenazado por la construcción de cuatro centrales hidroeléctricas proyectadas en la región de Aysén aprovechando sus aguas y también las del río Pascua, lo que ha causado una fuerte protesta social. «Me parece un despropósito cortar el ritmo natural de los ríos para satisfacer una demanda de energía que no deja de crecer. ¿No deberíamos plantearnos otras maneras de producirla?», se pregunta Serrasolses, quien creció en el seno de una familia dedicada a la fabricación de placas solares.

«En mi casa el objetivo era autoabastecerse y no desperdiciar ni la energía ni el agua. La manera como gestionamos los recursos está provocando consecuencias devastadoras. Tenemos que hacer lo posible por cambiar este modelo», insiste el kayakista.

Sin duda, el suyo es un deporte estrechamente vinculado a la naturaleza. Así lo mostró en 2010 la productora River Roots, creada por el kayakis­ta, cineasta y rapero estadounidense Rush Sturges –apodado Adrenalina Rush–, cuando grabó a Serrasolses y a otros virtuosos del remo en México para su documental Frontier. Allí, Aniol acometió el descenso de la cascada Big Banana en el río Alseseca junto a Rafa Ortiz, otro «fenómeno» de este deporte y número uno del kayak extremo en México. Tras el descenso en 2009 del salto de Palouse Falls, en el estado de Washington (donde el estadounidense Tyler Bradt realizó la auténtica temeridad de saltar con su kayak desde 56 metros de altura para granjearse un récord mundial), la Big Banana, con 42 metros de desnivel, representaba la segunda cascada más alta del mundo. Y, se lo imaginan, ¿no? Efectivamente, ambos la descendieron con éxito, rompiendo marcas una vez más.

En 2012 Aniol viajó a Noruega, donde surcó más de 20 ríos a bordo de su kayak. «Los ríos noruegos son cortos, rápidos y potentes. Allí des­cendí una cascada de 23 metros de altura cerca de Valdalla, al norte de la ciudad de Ålesund, y navegué por la zona baja del río Rauma, repleta de rápidos y saltos», explica. En uno de ellos se accidentó cuando, tras un salto, aterrizó sobre unas rocas dándose un golpe de órdago. Se fracturó la vértebra L5 y tuvo que permanecer seis meses haciendo reposo, hasta que en 2013 pudo volver a remar. Ya recuperado fue a Chiapas, México, desde donde partió hacia Perú.

«Nunca he sentido tanto miedo en mi kayak como en Perú– reconoce–. No es que aquí se hallen las aguas bravas más espectaculares ni las cascadas más altas, pero son muy peligrosas.» Entre otras cosas, hay muchos sifones, esas co­­rrientes de agua que al encontrarse con un obstáculo físico se reconducen a gran velocidad por debajo de este para salir al otro lado en medio de grandes turbulencias. «Aquí es muy fácil quedar atrapado y ahogarse», afirma. Pero para él lo más sobrecogedor fue el completo aislamiento. «Si nos llega a ocurrir algo, nadie hubiera podido venir a rescatarnos. Era la soledad absoluta.» Serrasolses cuenta que en el río Huallaga, a tope de agua, tuvieron que salir del cauce escalando por las altísimas paredes del cañón que rodeaba el río y caminar durante dos días con el equipo a cuestas hasta llegar a un pequeño pueblo. También fue duro el descenso del río Apurímac, que nace en lo alto de la cordillera andina y en cuya cuenca surge la fuente más lejana del río Amazonas. «En aquella expedición cargamos durante seis días con todos los bártulos en nuestras diminutas embarcaciones, lo que no fue fácil. Tan cargado, el kayak es muy difícil de controlar», añade. Pese a las dificultades, completaron un total de 250 kilómetros en seis jornadas, asediados por los mosquitos, muchos de ellos transmisores de la malaria.

Después de pasar por tan duro entrenamiento, Serrasolses supo que había llegado el momento de hacer algo grande. De enfrentarse a un desafío indiscutible: «la Keyhole», una proeza que lo ha encumbrado a lo más alto del kayak internacional. Y así lo hizo. Saltó por ese gigantesco keyhole (en inglés, «ojo de cerradura») de la Columbia Británica, su aventura más arriesgada hasta este momento. Después de aquella gesta Aniol realizó su primer viaje a Estados Unidos y descubrió lugares fantásticos. Como el río Little White Salmon, en el estado de Washington, donde descendió la Spirit Falls y constató que «el nivel de los kayakistas es altísimo y su afán de superación, extraordinario».
Mientras trabajamos en la publicación de este reportaje, Aniol está de nuevo en Chile, donde entrena a diario para mantenerse en plena forma de cara a futuras hazañas a bordo de su kayak, como las que hará el próximo verano en Islandia y Rusia. En noviembre partirá de nuevo hacia Chiapas, donde competirá en una carrera en la que participan los 25 mejores kayakistas del mundo. Un año a tope de descensos que representan para este deportista la esencia de la vida en estado puro.
«Siempre me ha gustado la sensación de caer. Me encanta el momento en el que enfilo el kayak hacia la cascada y paso ese punto en el que ya no hay vuelta atrás, ya no hay retorno. Entonces vuelo y no existe nada más. Vivo para experimentar ese momento una y otra vez», asegura. Seguiremos tus aventuras, Serrasolses.






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